«En
el año 1951, a mis 24 años, llegué a Cataluña junto con mi
hermana y mi sobrino. Mi prima estaba en Terrassa y nos contaba que
aquí se ganaba bien la vida. En mi pueblo hubo mucha discriminación
hacia nosotros, los rojos, y no te quedaba más remedio que ir a
servir a los señoricos,
que te humillaban y te pagaban una miseria. Yo ya había pasado lo
mío: en la guerra nos fuimos del pueblo caminando hasta Málaga y de
allí hasta Almería con los bombardeos desde el aire y desde el mar.
Estuve
en una casa de acogida en Murcia y luego en un colegio de niños
refugiados. Cuando volvimos, nos habían saqueado la casa y no
teníamos nada. Mi hermana y yo nos pusimos a servir por tres duros
al mes y la comida, que era de las sobras y de lo peor. Teníamos las
manos picadas de sangre de tanto trabajar. Luego yo me fui a Granada
con un señor que era dueño de unas bodegas de aguardiente y mejoré
un poco, pero preferí venir aquí.
En el viaje pasé
mucha hambre, porque no llevábamos mucho para los tres: un conejo,
pan, agua y poco más. Cuando llegamos a la estación de Francia nos
llevaron hacia una puerta pequeña donde estaba la policía. Nos
montaron en una furgoneta junto con más gente y nos dejaron en
Montjuïc. A mi sobrino, de nueve años, lo metieron en el pabellón
de los hombres y a nosotras dos, en el de las mujeres. Aquello era
una pena: chicas en estado, viejas casi
desnudas,
descalzas, madres solteras… Se comían hasta las pieles de las
naranjas. Enfrente estaba la cárcel abarrotada y en el piso de
arriba de nuestro pabellón, con un olor realmente desagradable, los
enfermos llorando y gritando día y noche.
Parece ser que a la
gente que encontraban por la calle y que no tenía trabajo o vivienda
la llevaban a Montjuïc. También a los que venían en tren en esas
condiciones los tenían allí unos días y los devolvían a su pueblo
en tren. Por eso, cuando la gente lo sabía, se bajaba en Sitges o
Tarragona y se venía de allí andando. En aquel pabellón dormíamos
en colchones de paja, que pinchaban, en una nave muy grande. Los
jueves nos dejaban salir al patio y yo lo recuerdo con unas paredes
muy altas. Los soldados nos daban muy poca comida y pasamos mucha
hambre y mucho frío. Era por Navidad»
Magdalena Moya,
Del
llibre « Trajectes, la veu de les dones immigrants », 2008
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